miércoles, 14 de marzo de 2012

CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA

Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Equipo:
Gala Anabely Guerrero Sánchez
María Hebe Garibay Fernández Galán
Unidad Acadérmica Preparatoria Plantel II, 6to J.

«Las que conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, sino las ideas»
-Víctor Hugo

“La palabra griega mythos hace referencia al discurso o narración de las gestas de los héroes y de los dioses con que el pensamiento prefilosófico explicaba simbólicamente, a través del ejemplo de las virtudes narradas, los grandes problemas relativos al origen del mundo, de la humanidad y de las instituciones”.[1] A partir de los mitos surgen las analogías y las parábolas, que no son otra cosa sino la explicación de una enseñanza.

Platón describe perfectamente a la sociedad actual en su parábola de la caverna, se repiten historias sólo que en proporciones más grandes y más ciegas. No son unos cuantos hombres nada más los que ahora viven en ese mundo de penumbras, sino un sinfín y en este ensayo nos encargaremos de resaltar las semejanzas entre la parabola de Platón y la realidad actual en la que se ven inmersos todos los hombres, enfocándonos en ella desde un punto de vista político-social.

Según Platón, el sol, dueño del tiempo y fuente de la verdad, se ha encargado de proyectar su luz hacia la caverna del hombre depositando en cada uno de sus rayos cualidades como la sabiduría y el buen entendimiento. Sin embargo, el sujeto, recluido desde su origen, no ha sido capaz de distinguir más que la sombra de los objetos que el astro alumbra, le es imposible voltear su cabeza para otros lados y descubrir nuevas cosas. Vive enclaustrado en una cueva imaginaria cuyo suelo es llamado gloria y cuyas paredes son lo único auténtico, llenas de certeza y simulacros. Los hombres que ahí habitan junto con él se ven obligados a permanecer inmóviles, atados a cadenas que comenzaron siendo reales y ahora se han vuelto invisibles, están ahí sentados observando su horizonte de piedra, su verdad.

A espaldas de los prisioneros se observa un muro parecido al biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar detrás de él a los muñecos. Después está un pasillo por el cual deambulan los titiriteros (unos cuantos hombres) cargando en hombros figuras humanas e inmortales, mismas que reciben la luz de una hoguera y de unos cuantos rayos ultravioleta que se han logrado colar por la entrada de la morada oscura, para dejar su espectro pegado a la pared endiosada de los sentados al otro lado en el mundo de las apariencias. “Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco, que repitiese las palabras de los transeúntes, se imaginarían oír hablar a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos.”[2]

Hoy la cueva ya no tiene un solo nombre y no hay que ganarse la entrada. El tiempo ha hecho de ella lo que ha querido convirtiéndola en una casa, un trabajo, un estado de conciencia, un sistema social al que todos pertenecen (aparentando no saberlo) y del que nadie pretende escapar por mera comodidad. Su suelo, antes glorioso, raya ahora en lo absurdo, y sus paredes pétreas carecen totalmente de sentido. Los hombres siguen ahí inmóviles, cientos de millones de ellos acatando órdenes, siguiendo reglas y patrones de conducta; las cadenas que los atan en la actualidad son las creaciones de ciertos parásitos que se hacen llamar políticos y líderes de estado. Éstas nacen como promesas bautizadas con el nombre de «reformas» y «progreso», crecen como inconformidades provocando revoluciones en todas partes y acaban con guerras, golpes de estado, hambre y muerte. A las leyes y reglamentos que atan a los hombres todos las respetan como si les debieran algo. No se atreven a violar la calma que ronda entre los hombros y oídos de los encadenados abstraídos por el movimiento de las sombras proyectadas. Pero sucede una cosa, esas normas serían endebles como el vidrio si los hombres supieran utilizar la razón y el pensamiento a su favor, sin embargo se vuelven duras como el acero al reprimir los individuos todas sus dudas, iniciativas y reflexiones bajo ese dominio irracional, absolutista y ambicioso.

La luz eterna del sol permanece arriba, buscando y aprovechando cualquier hueco en la guarida para hacerse presente, esa luz se divide en pedacitos: la razón, la curiosidad, la valentía, la determinación y el amor. Palabras que anhelan posarse en la esencia de los hombres para hacerlos reaccionar en contra de las calculadoras proyecciones que conocen, mejor dicho, en contra de lo único que conocen y de lo que son víctimas por completo.

Las sombras hoy son representadas por la información que se le da a la sociedad en dosis pequeñas (de a poco para no saturar a las mentes en bruto). Esa información la conocen a fondo muy pocos, sólo los que rondan por el pasillo que se alcanza a iluminar con la lumbre de la hoguera. Los que manipulan tal información son los dueños de los medios de producción y de comunicación. Ese círculo pequeño de personas que visten elegante y a los que no les pesa dar cien céntimos de propina. Ellos se pasean cargando encima y en secreto las figuritas que serán parte de la función, procuran no hablar demás o sostener conversaciones muy largas con los reclutas, y si lo hacen, buscan inmediatamente la manera de confundirlos atribuyendo su voz a las sombras de la película, tal cual ocurría en la cueva que describe Platón. El muro intermediario crece cada día más y aleja crecientemente al mundo de las apariencias del mundo de las opiniones. Dicho muro se construye de televisiones, computadoras, tabletas electrónicas, periódicos, cables, internet, etcétera. El muro son los medios por los cuales la información es regalada a la sociedad y los hombres lo transforman en muralla con su sumisión. Los ladrillos del muro podrían compararse también con los sistemas de educación y la aparición de nuevas leyes como la S.O.P.A y la SB1070. Los humanos son conscientes de que cada día existen más diferencias entre los ricos y los pobres pero no hacen nada por recuperar el equilibrio que algún día debió existir en la sociedad, sigue faltando la voluntad de encontrar otras verdades y otros mundos por un lado, y por el otro sigue dominando ‘la voluntad de poder’ sobre el uso irracional del medio.

Continúa la parábola y se dice que a los cautivos les son retiradas las cadenas del cuello y de las piernas, y que uno de ellos es llevado hacia el exterior de la cueva oscura en la que ha permanecido desde el principio de sus tiempos. Se ve obligado a subir la cuesta que lleva a la puerta de la gruta con violencia y en contra de su voluntad, cuando él preferiría quedarse donde está, donde siempre ha estado. Ve la luz por vez primera y ahora es capaz de distinguir los objetos que originaban las sombras que conocía. Relaciona inmediatamente formas y cae en la idea de que todo el tiempo vivió en un mundo oscuro y lleno de mentira, quedando cegado por la cantidad extraordinaria de luz que reciben sus ojos, pero ahora esta vez la ceguera es un buen augurio, tiene un mayor acceso a la verdad.

Pasa igual con la sociedad actual. Sólo que a diferencia de la alegoría de Platón, hoy son muy pocos hombres a los que se les han retirado las cadenas, y eso porque ellos mismos han buscado la manera de liberarse. A lo largo de la historia han sido contados los hombres que se vuelven en contra del sistema y rompen con lo establecido empleando la razón y la educación (independientemente de la calidad y la época en la que ésta les haya sido brindada) como dos atributos que los favorecen al momento de subir la cuesta que los llevará al mundo real. Pongámoslo de la siguiente manera: metafóricamente la ladera a escalar hoy en día sería ocupada por el sistema educativo que ofrecen los gobiernos en las entidades alrededor del mundo. En el caso de nuestro país es una rampa brusca y llena de zanjas que a cualquiera lo motivarían a abortar el ascenso. El hombre que lleva a tirones a otro para mostrarle la verdad como recompensa es sustituido por esas pocas almas que por accidente o intencionalmente surgen de vez en cuando planeando abrirles los ojos a sus semejantes, espíritus grandiosos como los de Galileo, Newton, Rousseau, Voltaire, Kant, Descartes, Sartre, etcétera, no teniendo otro propósito que no sea el de hacer llegar la luz a los ojos de la humanidad. Podríamos decir que los hombres abandonan el antro al darse cuenta de que la sabiduría otorga poder. Comienzan a ser curiosos y llegan a la verdad de las cosas, se vuelven tangibles las figuras que antes eran sólo ilusiones, se dan cuenta de que el mundo en el que viven está controlado por los intereses personales de esos que se pasean por el pasillo de la media verdad. Pero poco a poco la luz que no es otra cosa que el conocimiento va llegando a su rostro y va invadiendo todos y cada uno de los rincones de su interior, aumenta la curiosidad y el uso del pensamiento.

Siguiendo con la alegoría como la cuenta Platón, el hombre que ha salido a verlo todo de primera mano tiene que familiarizarse a costa de lo que sea con la luz. Esta familiarización se hace en diferentes momentos, primero mirando en lo oscuro porque su mirada tiene todavía apego con lo oscuro, luego contempla las cosas a la luz del día y después a la luz misma del sol que administra el tiempo y por lo que toda cosa es. La parábola dice también que entonces la auténtica liberación del hombre no sólo es un acto de violencia sino un acto que requiere perseverancia para recorrer todos los grados de familiarización con la luz. “Después de esto, comenzando a razonar, llegaría a concluir que el sol es el que crea las estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible, y el que es en cierta manera la causa de todo lo que se veía adentro en la caverna.”[3] Entonces una vez que el hombre se acostumbra al mundo de la verdad no quiere regresar a la caverna, porque sabe que todo en ella no es más que una sombra y que lo que ahí se hace y la gloria que se da no son más que apariencias.

Los hombres entonces van abrazando el conocimiento y la filosofía de a poco, a costa de los pensamientos y las trabas que los fantoches titiriteros o dirigentes internacionales y controladores puedan ponerles. Esta aclimatación se da por etapas: primero los hombres entienden lo que es la luz y el contraste que ésta tiene comparándola con el mundo de penumbras en el que habitaban, una vez que se dan cuenta de todo lo que se habían estado perdiendo al vivir dentro de la tierra, se deciden y les da por pensar, actuar y cuestionarse tal cual un filósofo lo haría. Entonces descubren la existencia de la gravedad, se crea la teoría de la relatividad, se inventan la imprenta, el papel y la pólvora, se implementa el alumbrado público en las calles de París, se descubre la penicilina, se lucha por los derechos de las mujeres, se desmitifica paulatinamente la ‘verdad’ religiosa y se obtienen un sinfín de logros más. No es un proceso fácil y las victorias se logran a un precio alto; vidas, sangre y años de muchos van a cambio del conocimiento y al final bien valen la pena, dicen que el que persevera alcanza, y los hombres son obstinados, generalmente consiguen lo que quieren.

Sucede que esta sensación de control, conocimiento y poder sobre las cosas, produce tal ofuscamiento en el hombre que ni él mismo se reconoce y soporta ya. Comienza a competir y a fomentar el dominio irracional sobre todo lo que le rodea (la naturaleza y el mundo material). Crece rápidamente su autoridad y decrece ese lado sentimental que al principio en el mundo oscuro había servido de motivación para abandonar la ignorancia. Decreta el deseo de permanecer en la superficie, junto a la verdad y con la verdad en las manos. Ya en el país de las maravillas, los hombres comienzan a crear reformas, a luchar por fines banales que casi nadie conoce, crecen las compañías y los monopolios, los modelos a base de competencias, ahora el que sabe más tiene más oportunidades, quedan atrás los valores y el sentimentalismo, los individuos se concentran en saber y ganar, nadie quiere volver a ese mar negro en el que estaban sumergidos, casi ahogados.

La historia continua y como se dice: ‘todo lo que sube tiene que bajar’. El hombre que ha salido de su lugar debe regresar a las sombras y vivir confusamente hasta que sus ojos se reacomoden a ese estado y se acostumbren en un tiempo nada breve al medio, será expuesto al ridículo y los que han permanecido ahí cegados le tacharán de traidor y dirán que se ha estropeado los ojos, se indignarán y rehusarán por completo a siquiera intentar desatarse. Juzgarán el hecho de haber salido de la gruta y haber estado en contacto directo con la luz como algo indigno y merecedor de la muerte.

Los que han alcanzado un grado de sabiduría superior al de los demás, esos pocos que han llegado hasta la cima, retroceden y se compadecen de los ignorantes encerrados todavía en la burbuja de la educación mediocre y el desinterés. Esa lástima que la mayoría general lleva a los ilustrados a sentir la obligación de compartir su sapiencia con los reclusos, entonces la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Los derechos del hombre de Thomas Paine y El Origen de las especies de Darwin se convierten en obras importantes para la humanidad y se vuelven documentos elementales para el desarrollo de la historia, la política, la sociología, la teología, la ciencia y muchas disciplinas más; también las obras como La mona lisa, el hombre de Vitruvio y la Persistencia de la memoria dan a conocer un medio alternativo (el arte) para la transmisión de esa información divina. Hacen de todo los eruditos por repartir la nueva cultura entre todos y cada uno de los presentes en la guarida, pero inevitablemente, al hablar, se vuelven blanco fácil de burlas y exilios por parte de religiones cuadradas y moralistas de corazón. Por ende, y debido a la gran influencia que tienen esas doctrinas dogmáticas sobre las sociedades débiles, quedan condenados a morir ante la mínima tentativa de destapar la verdad a los ojos dormidos de los penados (ahí tenemos a Colón y a Copérnico tirados a locos por el simple hecho de atreverse a afirmar lo imposible).

Termina su parábola Platón aconsejando a Glaucón, lo incita a adoptar su alegoría y le invita a comparar la región exterior con la morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol adentro de la cueva. Por otro lado le dice que equipare el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible y le asegura que no se equivocará. Afirma de igual forma que la luz representa sin más a la bondad o la idea del bien, la causa de todas las cosas rectas y bellas, productora de la verdad y de la inteligencia, y manifiesta que es necesario tenerla en cuenta para poder obrar con sabiduría y atino tanto en lo privado como en lo público.

Ya casi acaba entonces nuestra alegoría también. La gente que tiene acceso, o mejor dicho, la gente que busca el acceso a la información y que con ayuda de la educación y la preparación se forja un carácter y un criterio, puede comparar las dos regiones y encontrar un punto medio entre ambas. En el mundo de la sapientia no existen los límites, lo que hay es lo que se muestra y todo tiene una razón de ser y estar (si no la tiene, se busca). En el mundo inteligible los hombres son lo suficientemente inteligentes como para atribuir un significado a las cosas, afirmamos en este caso, mientras que en el mundo de la ignorantia los límites son reales, lo que hay es apenas un pedacito de lo que realmente existe, y las cosas no tienen una razón de ser determinada, nadie las define. En el mundo de lo visible los hombres son diamantes en bruto, incapaces de nominar siquiera a los objetos que se encuentran a su alrededor.

La luz cien veces más grande afuera que adentro, es una fuente de conocimiento inagotable a la cual tienen acceso todos, desde que llegan al mundo hasta que lo abandonan, entre más tiempo exponga uno la piel a sus efectos, más vivo estará siempre, diferente dentro de los sistemas de los que los hombres son esclavos, la luz representa sólo el poder, la pseudo-sabiduría a la que tienen acceso nada más los que nacen para mover las figuras, puede representar también los recursos económicos con los que nacen algunos y de los que se hacen (de buena o mala manera) otros.

La senda empinada que hay que recorrer para salir, claro está, son los niveles de estudio y preparación por los que todos y cada uno de los hombres deben de pasar antes de llegar a estar en contacto con la verdad de las cosas. El camino recorrido es el proceso de autoconstrucción y espiritualidad que logran completar aquellos que escapan de los hilos del fuego. Desde arriba todo se ve claro y verosímil, cuando se llega al mundo inteligible se alcanza el máximo desarrollo del potencial humano. Los hombres se vuelven críticos, creadores, visionarios y soñadores, se vuelven filósofos que no ejercen la filosofía como una formación general, sino que ven en ella el carácter fundamental del ser de todos los hombres. Poseen una cordura admirable que los lleva siempre por el camino del bien. Atina Platón cuando jura que la apreciación del esplendor de las figuras y la contemplación de la luz y los colores guían al hombre por el sendero de los aciertos.

Termina el diálogo y queda en la historia y en la memoria de la humanidad la alegoría relatada. Parece increíble que una sola persona haya sido capaz años atrás y sin ayuda de oráculo alguno, de retratar a una humanidad entera por adelantado, es admirable el hecho de sólo intentarlo o hacer un juicio relativo de ello.

Pensamos un poco más y llegamos a la conclusión de que esto de las alegorías es algo cíclico, son historias perpetuas que se cuentan una y otra vez, lo único que cambia es el lugar, el tiempo y los personajes, la humanidad ha vivido de la misma forma desde el inicio de todas las eras, incluso antes de que existiera ese ser que divide a la prehistoria de la historia, y seguirá desarrollándose así, habrá siempre una caverna, unos encadenados, un biombo, unos titiriteros, una hoguera, un túnel y un exterior quemado por el Sol, siempre existirán esos a los que les quitan las cadenas y se atreven a conocer más de lo que les corresponde. A pesar de los juicios y palabreríos que surgen a partir del despertar de los liberados y la enseñanza que ellos brindan a las almas incultas, el conocimiento y la verdad llegan a las manos de los hombres, las revoluciones existen, así como existió el renacimiento (época gloriosa de la humanidad) y como existen los premios Nobel, y las asociaciones sin fines de lucro que ayudan a los niños invisibles, y como algún día existirán las máquinas del tiempo, pero nunca se logrará alcanzar al conocimiento como tal y dominarlo totalmente, esa sería una labor titánica.

Lo único que queda es intentar abandonar todos los patrones de conducta y ser curiosos, retomar los pensamientos presocráticos, griegos, latinos, etcétera, y creer que entre ellos y nuestros días, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



[1] Atlas de Filosofía universal, Barcelona, Grupo Oceano, 2004, p.6.

[2] Antología de Filosofía, Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas”, Zacatecas, 2011, p.274.

[3] Antología de Filosofía, Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas”, Zacatecas, 2011, p.275.

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